Horacio aconsejó hace muchos siglos aprovechar el día y este buen consejo sigue conservando toda su vigencia. Hay que aprovechar las jornadas. Deben hacerlo los ciudadanos de a pie y deben hacerlo los gobernantes. Los períodos de vigencia del poder son efímeros y son avaros en ocasiones propicias para que un personaje público alcance importancia histórica. Las oportunidades de hacer obras efectivas y duraderas requieren generalmente de la favorable conjugación de la esquiva voluntad política del centralismo con la escasa iniciativa de las autoridades locales. Cuando por un azar extraño se unen estos elementos puede surgir una obra significativa que sea de verdadero beneficio para el pueblo. Como bien sabemos un suceso de este tipo es tan lejano como las conjunciones planetarias que esperaban los alquimistas.
Por eso Loja contempla nuevas obras muy de vez en cuando. Mientras esperamos que la suerte nos favorezca las calles se destruyen, el agua escasea, los ríos se contaminan, la salud general peligra y para quienes habitan en barrios situados en las colinas lo que alguna vez fue un risueño vergel poco a poco se convierte en un ceñudo purgatorio.
Nuestro municipio y nuestras autoridades de Quito no tienen respeto por el tiempo. Ignoran su valor intrínseco. Olvidan que cada minuto desperdiciado en discusiones inútiles es irrecuperable y que el plazo que creen tener para hacer su trabajo terminará antes de lo que piensan. Imaginan que el poder que les concede el pueblo alcanza también al reloj y al calendario. Por eso la primera exigencia para un mandatario debería ser la conciencia del paso del tiempo y de la propia condición mudable y contingente del poder político. La idolatría constante de la propia imagen, la afición inmoderada a la adulación, la complacencia en los modestos logros que se alcanzan, son actitudes enemigas de la gestión pronta y eficaz que Loja y el país requieren.
Carlos García Torres
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