Optimismo tóxico en política

Después de las elecciones presidenciales en Ecuador vemos que la política, sin ambages, también se vive desde el corazón; y sin duda, el corazón del pueblo ecuatoriano se ha expresado con fuerza y muchísima gente, con razón o sin ella, se siente muy optimista con los resultados. Pero permítanme, con humildad, ofrecer otra mirada, no para apagar la alegría de muchos, sino para añadir una dosis de verdad que, lejos de entristecernos, nos hará más fuertes. Frente a lo que el psiquiatra austriaco Viktor Frankl llamó optimismo tóxico, ese que niega el dolor, que se ilusiona con espejismos y que espera soluciones mágicas de los gobernantes, prefiero abrazar lo que el mismo Frankl denominó optimismo trágico: ese que reconoce el sufrimiento como parte inevitable de la vida y que se expresa como necropolítica (política de muerte), pero que aun así decide afrontarlo y encontrar sentido, actuar con responsabilidad y no renunciar a la esperanza lúcida. Y es que, en política, nadie llega al poder con las manos limpias y nadie permanece en él sin ensuciárselas aún más; no lo digo desde el cinismo, sino desde la experiencia histórica. Toda victoria política implica una derrota para otros y toda promesa de cambio es, en algún rincón, un pacto con lo impuro; por eso, no podemos entregarnos con el triunfo a una “luna de miel política”, sino a una vigilancia activa y permanente. Hoy muchos celebran, pero mañana muchos de esos mismos darán la espalda, porque así funciona el ciclo del poder: se alaba al que gana, se olvida al que gobierna y se odia al que fracasa en el poder. Por eso, no se trata de apostar por un nombre o un rostro, sino por una ética política con justicia y pudor, que exige no adormecernos con discursos dulces y mentirosos, sino mantenernos despiertos, críticos y comprometidos. Celebrar sí, pero sin ingenuidad; acompañar sí, pero sin sumisión; apoyar sí, pero sin convertirnos en ciegos. Hoy más que nunca, nuestro país necesita ciudadanos valientes (con parresía), no creyentes devotos del poder de turno; personas capaces de ver la miseria del pueblo y no mirar a otro lado; de señalar los errores, aunque vengan de sus propios candidatos; de resistir la tentación de pensar que “esta vez sí será diferente”; porque no será diferente, si no somos diferentes nosotros. Que el nuevo gobierno cumpla, sí, pero que sepa que no lo idolatramos, que lo observamos con la mirada crítica del pueblo que ha sido traicionado demasiadas veces. Confiamos esta vez, no porque se lo merezca aún el triunfador, sino porque el país no puede soportar otro fracaso.

Jorge Benítez Hurtado

jabenitezxx@utpl.edu.ec

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