La mediocridad

Confieso que me causa cierto estupor y preocupación contemplar cómo se afianza la mediocridad en nuestro país en todos los estratos sociales con individuos que se sitúan con celeridad en las cotas de poder. No me sonrojo cuando reconozco que una de mis mayores características es equivocarme, pero pese a que intento aprender de mis propios errores con esfuerzo, prefiero y anhelo sentirme más cerca, como ser humano, del tiempo verbal imperfecto, ha sentirme perfecto en un mundo que me da terror. Es difícil definir a la persona ‘mediocre’. La RAE define el término como: de calidad media, de poco mérito, tirando a malo. Tal vez se podrían ampliar estas características señalando que es una persona que suele aparentar cierta solemnidad, que se disfraza para ocultar sus propias carencias. El mediocre, además, utiliza una retórica pomposa llena de palabras banales, las cuales deben ser oídas por toda la sociedad. Los mediocres se inclinan más por la maledicencia silenciosa, grácil y velada, cuyo daño causado llega a ser irreparable, que por la insidia ciertamente violenta. Al ser cobardes, se esconden en la penumbra bajo la protección de sus iguales, señalando y criticando sin tregua alguna para disimular sus propios desconocimientos. El gran riesgo que corre una sociedad llena de individuos mediocres es que éstos pueden lograr el desmoronamiento irremediable de una grandiosa cultura conseguida durante muchos siglos, con un extraordinario esfuerzo y un enorme talento.

Marco A. González N.

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