¡A disfrutar!

Los seis artículos anteriores conforman un solo cuerpo sobre un tema que me ha parecido necesario tratarlo, y que es el de conformar una cultura del esfuerzo. Este artículo cierra esta serie.

Alguna vez me pregunté ¿qué se gana realizando una acción meritoria? Y lo que se recibe (si es que se recibe algo por esa acción), ¿vale, por lo menos, tanto como ella mismo? Por ejemplo, ¿qué gano ordenando mi cuarto? O ¿qué gano ayudando a pasar la calle a una persona ciega? ¿Qué ganaré si quedo campeón de ajedrez? ¿Y me pagarán lo justo cuando ordene mi cuarto, o ayude a la persona ciega, o quede campeón?

Y más aún, cuando se trata de lograr virtudes o dejar un vicio, ¿qué respuestas serían las que tuviera a las mismas preguntas? ¿Recibiré alguna ganancia si llego a ser humilde, o me vuelvo respetuoso con todo el mundo, o realizo todas mis acciones con plena justicia, o me porto honrado, decente, honesto en todas mis acciones, u obtengo una paciencia y una sabiduría no muy comunes, o dejo de difamar a las personas que no las quiero, o dejo de mentir y siempre digo la verdad, aun a costa de que me ocasione pérdidas?

En cierta ocasión me encontré con la respuesta precisa. El autor del libro decía que el pago por la consecución de una virtud es el poder tenerla a esa virtud y disfrutar su ejercicio. Pues bien, cuando hemos realizado un esfuerzo y hemos conseguido una acción meritoria, ¡su disfrute está, por un lado, en haberla realizado con plena libertad y con voluntad propia y, por otro, en disfrutar del premio que siempre vendrá acompañando a esa acción! ¡El vivir esa satisfacción espiritual será más grande que si recibiéramos un premio material! Lamentablemente quien cree que no existe el premio, no recibirá nada. Así que los invito a disfrutar abundantemente de todos sus esfuerzos.

Carlos Enrique Correa Jaramillo

cecorrea4@gmail.com