Desde fines del siglo pasado los países de América latina están viviendo una etapa política caracterizada por la confrontación, la pérdida de fe en las instituciones, el acaparamiento del poder, la corrupción institucional del estado, la narcopolítica, etc.
En la segunda mitad del siglo XX, el pueblo hacía duras críticas a viejas prácticas políticas. Así, se criticaba a los líderes que se eternizaban en el poder; se pedía que se realizaran obras que sirvan a las mayorías desatendidas durante mucho tiempo; se reclamaba por las peleas entre el ejecutivo y el legislativo; por los ofrecimientos electoreros y la falta de su cumplimiento; por las candidaturas de personajes de la farándula; por los atracos a los fondos del Estado realizados por algún ministro; etc.
Este sentir de la población fue capitalizado por grupos que tomaron el poder por las armas, como el caso de Venezuela o de Nicaragua, o por algunos nuevos partidos políticos como en Bolivia o Ecuador. Al inicio, la realización de algunas obras de ingeniería y la arremetida contra viejos políticos, hizo que se formara un electorado favorable a estas corrientes y se llegó a pensar en un triunfalismo eterno. Pero pronto se arregló el camino para las reelecciones y la permanencia eterna en el poder. Se volvió a la pelea entre el legislativo y el ejecutivo. Se puso candidatos de la farándula y “damas” directoras de centros nocturnos. Ya no era el hurto de un ministro sino la confección de una red de delincuentes en la administración. Es decir, los nuevos políticos hicieron lo mismo que los viejos. Sabemos ahora que ha habido una agenda oculta para lograr dominar al pueblo de esta parte del mundo.
Queda, entonces, la tarea de unir al pueblo para seguir un camino independiente y lograr las aspiraciones de hace medio siglo.
Carlos Enrique Correa Jaramillo
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