Al caminar por el parque El Ejido (Quito) en compañía de un gran amigo, en especial por el sector donde los artistas exponen sus obras, nos encontramos con un personaje, ‘Fausto’, quien con una vestimenta repoblada por atuendos multicolores desgastados por su vetustez cubrían a un hombre con mirada triste, profunda y con apego indiferente de que una o algunas obras de su autoría sean adquiridas por cualquier transeúnte que guste de su habilidad expresada con esferográfico de color negro y repasos de la tinta en hojas de cartulina de forma repetitiva incalculable que debe haber merecido largas horas para dar forma a sus expresiones religiosas y mestizas. Muy callado y reflexivo al pronunciar una que otra palabra supo manifestar el costo de sus pinturas “tres y dos dólares”. ¡Tan barato! pensé por el esfuerzo otorgado, sin duda no era una obra con grandes pinceladas pero era propia de su esfuerzo, aquel que se asemeja al de muchos ecuatorianos en sus trabajos para recibir una remuneración que en algo cumple con el beneficio de extraer una sonrisa para aquellos que estando en casa esperan con ansias las buenas nuevas de mínimo recibir un pan para pasarlo con un café o agua, es evidente la realidad es tan compleja y difícil de entenderla cuando con todo lo que haces la gratificación salarial es paupérrima. Y es allí donde el letrero de cartón que exponía y que cubría la mayoría de su persona, en letra imprenta grande, enfocó todo lo que ocurre en nuestro país: ‘Nadie se duele de nadie’, conciso, preciso, llegó a mis adentros, hasta ahora lo pienso, resalta que lo único valedero en la vida es lo generado con esfuerzo por uno mismo, dejando de lado la espera inoficiosa de que un tercero pueda mejorar tu futuro. A seguir adelante queridos artistas, muy golpeados en esta pandemia, y que son la fuente de expresión diversa y magnánima de esta nuestra realidad.