La célebre sentencia de Simón Bolívar, «Nos han dominado más por la ignorancia que por la fuerza,» resuena con una escalofriante actualidad a casi dos siglos de su pronunciamiento. En estas pocas palabras, el Libertador no solo diagnosticó una de las principales vulnerabilidades de los pueblos latinoamericanos durante la lucha por la independencia, sino que también legó una advertencia atemporal sobre los peligros de la falta de educación y conciencia crítica.
En el contexto de la época, la frase de Bolívar aludía directamente a la estrategia del imperio español de mantener su dominio a través de la manipulación y el oscurantismo. Al negar a las colonias el acceso a la educación y al conocimiento, se perpetuaba un estado de dependencia intelectual que facilitaba la explotación y la sumisión. La fuerza bruta de los ejércitos realistas era sin duda un factor de opresión, pero era la ignorancia impuesta la que realmente encadenaba las mentes y los espíritus.
Hoy, en el siglo XXI, aunque las cadenas coloniales se han roto, la esencia de la reflexión bolivariana sigue siendo dolorosamente pertinente. Las formas de dominación han evolucionado, pero la ignorancia continúa siendo un arma poderosa en manos de quienes buscan mantener el poder y perpetuar desigualdades. Ya no se trata solo de la negación del acceso a la escuela, sino también de la manipulación de la información, la proliferación de noticias falsas y la promoción de un pensamiento crítico y superficial.
En un mundo inundado de información, paradójicamente, la ignorancia puede florecer bajo nuevas formas. La sobrecarga informativa, sin las herramientas para discernir la veracidad y la relevancia, puede conducir a la confusión y la parálisis intelectual. Las redes sociales, si bien ofrecen oportunidades para la conexión y el aprendizaje, también se han convertido en caldo de cultivo para la polarización, el tribalismo digital y la difusión de contenidos engañosos que explotan las emociones y nublan el juicio racional.
La frase de Bolívar nos interpela como sociedades. Nos exige reflexionar sobre el papel fundamental de la educación en la construcción de ciudadanos libres y conscientes. Una educación que no se limite a la transmisión de datos, sino que fomente el desarrollo del pensamiento crítico, la curiosidad intelectual y el compromiso cívico. Invertir en educación es invertir en la soberanía real de un pueblo, en su capacidad para resistir la manipulación y construir un futuro más justo y equitativo.
Mauricio Azanza O.
maoshas@gmail.com