El peso de la indiferencia

Hay una creciente indiferencia a los problemas comunes, públicos, a lo que les pasa a los otros, a los que están cerca y lejos de mi. Javier Cercas hace pocos días, en su discurso de ingreso a la RAE, ha dicho que “la palabra idiota procede del griego ‘idiotes’, que significa persona que solo se ocupa de lo suyo y se desentiende de lo común, es decir, de lo público (…)”. El problema al que alude es el mismo al que ya se refería otra brillante pensadora como Susan Sontag, cuando habla de la trivialización del mal, que es decir, la completa indiferencia frente al dolor o el miedo que sufren los demás, y a su reproducción por todos los medios. Y hoy, hay una indiferencia frente a lo que se consume por todos los medios que están en las manos de los ciudadanos del mundo.

Se ha guardado mucho silencio sobre los peligros que se ciernen a través de las pantallas, sin detenimiento, y sin control de los contenidos. En su momento la televisión, y hoy los celulares y todo lo que traen consigo, tan variado y persistente, que adormece la capacidad de reaccionar frente a lo que se ve. Todo forma parte de un mal espectáculo: la muerte, el asesinato, la violencia en todas sus manifestaciones posibles, la banalidad, etc. La suma de todo eso se convierte en una amenaza permanente, que se reproduce con nuestra anuencia. La capacidad de reacción ha sido limitada, por no decir que ha sido la mejor forma de anularla.

Alguien debe interesarse por esos problemas públicos, que nos corresponden a todos sin excepción. Es una tarea que debe provocar reflexiones y diálogos permanentes, porque es un silencioso poder que rebasa a las familias y a la escuela.

Pablo Vivanco Ordóñez

pablojvivanco@gmail.com

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