Colombia en llamas

Son numerosas las comunes desdichas que compartimos con los hermanos colombianos. La corrupción en las altas esferas, la endémica desigualdad, la general injusticia, son rasgos habituales a los que ambos pueblos aparentemente estamos acostumbrados. El falso aire de dignidad con que se adornan nuestros sempiternos líderes políticos es similar en ambos países. La violencia abierta o solapada que mina a la sociedad también caracteriza a las dos naciones hermanas.  Por supuesto, estos paralelismos históricos no deben ser motivo de asombro dado que nuestra existencia como países independientes partió de unas mismas raíces coloniales y republicanas. Nuestra separación del seno nutricio de la Gran Colombia no logró borrar estos lazos de afecto filial que nos unen.

En estos días los grandes levantamientos populares que sacuden al país hermano han tenido consecuencias amargas de represión y de muerte que no pueden pasar desapercibidas. El movimiento de protesta, nacido de la rebeldía contra una brutal reforma tributaria, unió las aspiraciones de sectores diversos que, finalmente, han descubierto que el verdadero norte que los une es la búsqueda de la justicia social. Al igual que en Chile el gobierno ha cedido en lo circunstancial sin afectar lo esencial. El triste gatopardismo, tan propio de las democracias latinoamericanas, se impuso nuevamente.

Pero la formidable decencia y entereza del pueblo colombiano ha brillado de nuevo, a tal punto que ni siquiera el gancho de las emociones futbolísticas o del patrioterismo de la selección nacional ha logrado desviar las miras que impulsan el movimiento popular. Estas metas, según lo señala el diario “El Espectador”, se traducen de forma simple y a la vez enorme en una idea sublime, la dignidad.

Carlos García Torres

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