Sonia

Cualquiera que se anime a entrar en el mundo de “Crimen y Castigo”, la famosa novela de Dostoievski podrá saludar a Sonia Marmeladov, una niña menuda y triste que le contará que tiene 18 años y que debe prostituirse para ayudar a sus hermanos pequeños y a su padre alcohólico. Y aunque sean muy descorazonadoras, las historias de los personajes de novela del siglo XIX palidecen frente a las tragedias del siglo XXI. Caminando por nuestro tiempo y nuestras circunstancias encontramos que existen variadas formas de prostitución que no involucran nuestra mera carne sino las mejores cualidades humanas. Un ejemplo patético se presenta en la reciente demanda de las cámaras de la producción en contra de los impuestos previstos para financiar la lucha contra el crimen. Más allá de la ínfima estatura moral que demuestran tener los demandantes al regatear parte de sus grandes ganancias para el combate al crimen organizado, lucha que nos compete a todos, más allá de esa vergüenza, está la gran procesión de abogados llanos y de constitucionalistas que marchan hombro con hombro con esos altos financistas y que exigen a través de las pantallas y de las redes que la Corte Constitucional trate rápidamente el tema y que lo resuelva en favor de la causa del dinero. La prostitución abogadil no es cosa nueva, pero requeriría, tanto como la otra prostitución, de adecuados carnés y controles sanitarios que periódicamente certifiquen que esos “juristas” están dedicados a venderse desde instalaciones higiénicas con rótulos de estudios jurídicos y no desde peligrosas esquinas pescando clientes desprevenidos. Convendría tal vez que se hicieran redadas a medianoche identificando aquellos letrados de caras maquilladas que se ofrecen libidinosamente a cualquiera que pueda llenar sus ambiciosos bolsillos, agregando como atractivo adicional las comparecencias televisivas necesarias para satisfacer el torcido morbo de sus clientes.

Carlos García Torres

cegarcia65@gmail.com