No a los mismos de siempre, no a la violencia política

“Hay dos formas de hacer de la política una profesión: o se vive para la política o se vive de la política”, nos dijo hace ya un siglo el filósofo y político-sociólogo alemán Max Weber.

El eje de la actividad mafiosa política tradicional es la violencia política, los políticos la utilizan a discreción, su campo de acción predilecto es la contratación de páginas y troles para que ataquen a quien creen que puede ser una amenaza para sus intereses. A eso se califica “política salvaje”.

El politiquero cuando está ceca de concluir su mandato vuelve a conseguir adeptos para disputar una reelección u otro cargo de elección popular y poder continuar en la dinamia política. No siente ningún remordimiento por la difamación a la que suele someter a sus adversarios, integra el círculo donde se ha naturalizado la agresión verbal en beneficio de sus intereses. Cuando la mentira repetida millones de veces no es suficiente, recurre a la persecución judicial.

El fatalismo de estas estrategias politiqueras reduce la capacidad de reacción de los ciudadanos, de líderes, gente nueva que quiera participar en una elección popular, sucumben, ante las manifestaciones del crimen en la política y amplía, notablemente, el margen de tolerancia ante el comportamiento delictivo de los políticos. A ello contribuye, también, la impunidad inveterada de los políticos, garantizada por el control que estos mismos ejercen sobre la Justicia.

De ahí que, como afirma el propio Al Capone, “hay una cosa peor que un maleante: un hombre corrompido en un puesto político importante, un hombre que pretende observar la ley y que en realidad está tomando pasta de alguien que la infringe”.

Fredi Patricio Zhapa

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