Habría que ser ingenuos para creer que el presidenciable Daniel Noboa es de “centro izquierda”, tal como se autodefine en una entrevista brindada a Café Radio el 22 de agosto pasado. Y aunque se intente posicionar la idea de que la ideología es cosa menor que no tiene relevancia, traigo a colación esto, además, por las declaraciones de su fórmula, Verónica Abad, quien abiertamente ha declarado que su propuesta es la de un Estado mínimo, que nada tiene que ver con la izquierda o centro izquierda, que generalmente promueve un Estado de Bienestar.
De hecho, el Estado mínimo –cuya génesis se remonta a pensadores como Adam Smith en el siglo XVIII– está estrechamente relacionado al liberalismo, en primera instancia, y posteriormente al neoliberalismo, cuya vertiente es, sin duda, la de Noboa. Una vertiente de derecha. Por eso es que hablan sin reparo sobre la privatización de sectores estratégicos del Estado como la economía, la salud, la educación y la seguridad social, pues lo que procuran es la mínima intervención estatal y la participación mayoritaria y protagónica del sector privado, entre ellos el empresarial, de donde viene precisamente el referido candidato.
Cabe preguntarse, entonces, ¿qué tan saludable es que el poder político se junte con el poder económico? Considerando que lo que hace el primero influye directa y proporcionalmente en lo que hace el segundo, obviamente, es nada saludable. Adicional a ello, las incongruencias de las que hemos hablado, sus propuestas de privatización bajo el paradigma de Estado mínimo, su vínculo empresarial del más alto nivel, las contradicciones entre lo que dice su plan de trabajo y lo que él sostiene en entrevistas (por ejemplo, niega querer ajustar la edad de jubilación pese a que consta expresamente en su plan de gobierno), los respaldos indirectos de Lenin Moreno y Guillermo Lasso, entre otras perlas, lo convierten a Noboa en una opción peligrosa. En todo caso, no debería engañar a la gente asumiendo sus reales intenciones e ideas desde los matices, solo por captar unos votos. Si la inconsecuencia ideológica y programática es un gran defecto en los electores, en los políticos es un pecado mortal. Estamos pagando con creces la de Lasso. Así de simple.
José Luis Íñiguez G.
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