Cuando el Papa eligió llamarse “Francisco”, en honor al santo de Asís símbolo de paz, sencillez y amor por los olvidados; dejó claro que su pontificado no sería convencional y que su elección no fue un gesto superficial, sino una declaración profunda de principios.
Estando habituados al culto de imágenes, ostentación del poder o al ruido de discursos vacíos; el Papa se distinguió por la coherencia con sus prédicas, viviendo la humildad y la verdad más allá de las palabras, sin la necesidad de grandes espectáculos, le bastó con ser auténtico y encarnar esos valores en su doctrina sin diluirlos en protagonismos; fue el primer Papa latinoamericano en la historia de la iglesia y desde los márgenes geográficos y sociales, que trajo consigo una visión distinta, para hacerla más cercana y más humana; rechazó el esplendor del poder, prefirió la proximidad a la distancia protocolar, centrándose compasivo en los que sufren, despojándose del ego para escuchar, mirar a los ojos, tocar las heridas o alzar la voz sin miedo contra el sistema, que marginaba y descartaba.
El legado del Papa Francisco, está basado en que la fe camina descalza, que el amor es acción, la esperanza no se grita se construye, servir no nos hace débiles y que el auténtico liderazgo no se impone, se entrega. Que su gran paso por nuestra historia, no quede solo en las homilías, sino que nos inspire a aprender y practicar sin olvidarlo.
Talía Guerrero Aguirre
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