Las elecciones han terminado, pero la incertidumbre persiste ahora con miras a una segunda vuelta en el caso de la elección presidencial. Una vez más, el sistema electoral ha demostrado su fragilidad, permitiendo que las decisiones no se tomen desde la razón ni el compromiso social, sino desde el miedo y la reacción. No elegimos por propuestas ni por visión de futuro, sino por rechazo, por odio inducido, por una desesperación que solo perpetúa la injusticia y la inequidad.
El país sigue atrapado en una estructura que favorece a quienes saben manipular el sistema desde el Marketing político y la mentira inducida por las palabras manipuladas antes que a quienes realmente buscan transformarlo. Los escaños de la Asamblea, por ejemplo, no fueron conquistados por mérito ni por un debate de ideas, sino por el arrastre electoral y por una maquinaria política que convierte la democracia en una farsa repetitiva. Los grandes intereses económicos y políticos siguen moviendo los hilos del poder, mientras el pueblo, dividido y agotado, sobrevive entre promesas incumplidas y una realidad cada vez más hostil.
Loja es un pueblo con historia, que ha tenido voces críticas, con una herencia que nos obliga a cuestionar y resistir. Sin embargo, hemos permitido que la desesperanza gane terreno, que la política se convierta en un simple trámite sin propósito. No es solo un problema de los políticos; es el reflejo de una sociedad fracturada, en la que el capital dicta el rumbo y la ética queda relegada a discursos vacíos.
No podemos seguir legitimando un sistema que excluye, que margina, que destruye la posibilidad de un país más justo. La democracia no puede ser solo el derecho a votar; debe ser el derecho a decidir con dignidad, con conciencia, con justicia social. El desafío no es esperar que los electos cambien las cosas, sino construir desde la ciudadanía una política que responda a las necesidades reales del pueblo, no a los intereses de una élite que nunca ha sentido el peso de la precariedad.
Es hora de resistir desde la conciencia, de organizarnos, de recuperar la política como herramienta de transformación y no como un espectáculo de manipulación. Porque la historia la escriben los que actúan, no los que solo observan.
Álex Daniel Mora Arciniegas
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