Ecuador, como gran parte del mundo atraviesan tiempos complejos marcados por las violencias, la polarización y un creciente desencanto con la democracia. Nos encontramos en una coyuntura donde los personalismos o el populismo ganan cada vez más espacios en las preferencias electorales, impulsados por frases icónicas como “nuestro gobierno puede ser corrupto, pero todos lo son” o “robaron, pero hicieron obra”, abriendo paso a la normalización de una cultura política tolerante con las autocracias.
Hoy, los nuevos autoritarismos no llegan con golpes militares, sino por elecciones, usan su legitimidad para socavar instituciones desde dentro, deteriorándolas paso a paso. Venezuela es un ejemplo evidente, una vez electos, Chávez y Maduro desmantelaron la institucionalidad democrática, secuestraron los poderes del Estado, consolidando así su régimen autoritario, mientras paradójicamente proclaman su fe con los valores democráticos.
Ecuador aún no ha llegado a ese punto, pero muestra señales preocupantes. La deslegitimación y desconfianza en los partidos, el descrédito al legislativo, el desprestigio del sistema judicial y el aumento de las violencias generan un caldo de cultivo propicio para liderazgos que prometen orden a cambio de control absoluto. Según el Latinobarómetro 2024, solo el 38% de los ecuatorianos considera que los partidos son necesarios para la democracia. Además, uno de cada cuatro latinoamericanos es indiferente al tipo de régimen político. Esta apatía social abre espacio a discursos autoritarios que se presentan como “la única voz del pueblo” frente a unas élites desacreditadas.
El populismo autoritario va más allá de los discursos polarizantes. Se traduce en ataques a la prensa, desprecio por la ley, concentración de poder, y reducción de los contrapesos institucionales. Anne Applebaum advierte que existe hoy una red internacional de regímenes autoritarios que colaboran entre sí, se apoyan mediante propaganda, financiamiento e influencia geopolítica para sostener sus modelos y debilitar a las democracias en crisis.
En momentos de miedo e incertidumbre, es fácil caer en la trampa de elegir “la solución mágica”. Pero cuando las sociedades sacrifican libertades a cambio de soluciones inmediatas para la gestión efectiva de la problemática social, las consecuencias son costosas, traumáticas y duraderas. La democracia ecuatoriana necesita más que votos, instituciones independientes, un sistema real de pesos y contrapesos que rechace la concentración del poder y por ende la tiranía, como ya ocurrió en el pasado.
Santiago Pérez Samaniego
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