En el siglo XVI, para los europeos, Japón asomaba como una nación lejana e inaccesible, con una cultura ceremoniosa y exótica y cerrada a las influencias de otras culturas.
Francisco Javier (Aleteia, 2 024), fue el primer misionero jesuita e inspirador de muchos que hicieron misiones en tierras lejanas. Él, en compañía de otros misioneros, arribó a Kangoshima, sur de Japón, el 15 de agosto de 1 549, llevando relojes mecánicos y otros objetos, como regalos a los políticos importantes.
El wadokei es un reloj japonés mecánico diseñado para marcar la hora tradicional, en el que el día y la noche se dividen en seis períodos y cuya duración es diferente: las horas diurnas son más largas en verano y las nocturnas son más cortas y viceversa. El reloj occidental, en cambio, fabricado en latón o hierro, marcaba por igual todas las horas y no variaba según la estación.
Javier consiguió tener una audiencia con un señor feudal de una importante provincia, a la que asistió llevando variados regalos ente los cuales se hallaba un reloj “de exquisita factura”, como lo describe el jesuita portugués Luís Frois, autor de “Historia de Japón”. Con este antecedente, se volvió una costumbre diplomática regalar relojes a figuras políticas prominentes.
El daimyo o señor feudal, accedió al pedido de los jesuitas de predicar el cristianismo y dio libertad a la población para que los que deseaban se hiciesen cristianos. Las enseñanzas de los misioneros cristianos fueron acogidas con gran entusiasmo por más de 760 mil personas hasta finales de siglo. Poco después se desataría una persecución tal que a mediados del siglo XVII todos los misioneros habían sido asesinados o expulsados del país. Sin embargo, la presencia de los jesuitas en Japón logró dar un giro a la tecnología.
Carlos Enrique Correa Jaramillo
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