Almas ilegales

Cinco almas errantes recorren los elegantes despachos de ministerios y de agencias de control minero. En las noches claras de la capital, cuando la luna penetra en las vacías oficinas ministeriales y alumbra con débil claridad los legajos abandonados, estas almas enflaquecidas, torturadas por hambre perpetua, asoman sus cabezas demacradas para reclamar por una muerte injusta que, con toda seguridad, en pocos días será olvidada por los medios de comunicación.

Ocurrió hace muy poco en el recinto El Ajo, de la parroquia Urbina, del cantón San Lorenzo, de la provincia de Esmeraldas. Cinco personas, huyendo de la desesperación famélica, buscaban el magro sustento de sus familias escarbando en una mina clandestina. De repente, el peso de la burocracia inepta, de la ambición empresarial, de la abulia de las autoridades, se agregó al peso del débil techo de la mina y en pocos minutos les llevó a una muerte horrenda.

El canibalismo informativo pronto se hizo presente con entrevistas apremiantes a los entristecidos y desconcertados moradores, entre los cuales, una pobre señora trataba de explicar al soberbio entrevistador que allá no hay fuentes de trabajo, que deben sobrevivir, que todas las normas fulminadas desde los escritorios quiteños no lograrán cambiar la realidad.

Mientras tanto en Quito, cinco almas ilegales tratan de asaltar los sueños de los altos funcionarios para elevar un memorial de justicia reclamando que su muerte no sea en vano. Por desgracia el guardián de los sueños burocráticos solo permite el paso a los fantasmas de la codicia.