Cuando uno se para al umbral del mundo puede observar la cruda realidad por los cuatro costados. Desde cuándo se trabaja, quizá nos preguntaríamos y la respuesta es inmediata, desde siempre, porque para vivir necesitamos trabajar; en otras palabras, el trabajo es una obligación para la supervivencia humana.
Desde el umbral del mundo y partiendo desde la génesis de su historia nos encontramos con la primera sentencia que conocemos en derecho y fue divina: “Comerás el pan con el sudor de tu frente”, con la que se instauró la obligación de trabajar para subsistir. Y desde ese entonces hasta ahora, se ha cumplido a pie juntillas.
Lastimosamente, la actividad laboral de los seres humanos, siendo imprescindible, se ha manejado con inequidades aberrantes propiciadas por clases poderosas (pocas), dueñas de los grandes recursos y la gran mayoría que trabaja para esas clases de élite económica que mantienen su hegemonía sobre la base de la explotación a los trabajadores. Los abusos derramaron el vaso de la tolerancia el 1 de mayo de 1886 en la ciudad de Chicago, cuando miles de obreros de las fábricas salieron a las calles a luchar en procura de salarios justos y un trato digno, pues laboraban 12 horas diarias, seis días a la semana. Las protestas se prolongaron hasta el 4 de mayo cuando hubo enfrentamientos con pérdidas de vidas humanas, a quienes, luego se les llamó los mártires de Chicago. Se consiguió posteriormente jornadas de 8 horas diarias
Con desfiles de organismos clasistas, las calles de las ciudades del mundo recordaron el 1 de mayo. Igual ocurrió en nuestro país, con exigencias que apuntan a lograr beneficios en lo social y laboral. Sin embargo, y eso es evidente, el trabajo, siendo un derecho constitucional, para muchos ecuatorianos es sólo una aspiración difícil de lograr en el ámbito de la formalidad; pues, para sobrevivir y mantener a sus familias cuántas personas deben acudir al trabajo informal, haciendo de todo para llevar el pan a su hogar. Cada año vemos como miles de profesionales que egresan de las universidades no encuentran fuentes laborales y deben salir del país a buscar suerte en otras latitudes. Este es un gran reto que debe asumir el gobierno.
Darío Granda Astudillo
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