Seamos realistas: las campañas electorales son un circo mal montado. Meses y meses de propaganda, de promesas infladas, de sonrisas forzadas en selfies y apretones de manos que ni ellos creen. ¿Quién no ha visto ese clásico video del candidato comiendo en un mercado como si fuera su comida de todos los días? Spoiler: no lo es.
Las campañas nos venden sueños que se desmoronan el día después de las elecciones. ¿Cuántas veces hemos escuchado frases como “voy a acabar con la corrupción” o “este país necesita un cambio verdadero”? Y ahí estamos, cada vez más endeudados, con servicios públicos al borde del colapso y la corrupción rampante como siempre.
Lo peor es que todo ese show lo pagamos nosotros. Sí, tú, yo y hasta el que se niega a votar. Millones de pesos en lonas, spots y mítines que podrían destinarse a hospitales, escuelas o infraestructura. Pero no, mejor los usan para imprimir camisetas y regalar gorras que ni protegen del sol.
Al final, las campañas electorales no son más que un espectáculo para distraernos y hacernos creer que tenemos voz en un sistema que ya está arreglado. Nos quieren vender esperanza, pero nos entregan resignación.
Entonces, ¿vale la pena creerles? Tal vez sea hora de apagar la televisión, dejar de aplaudir y empezar a exigir. Porque mientras sigamos comprando promesas con fecha de caducidad, ellos seguirán vendiéndonos humo.
Antes de votar piensen en que sistema moral rige a cada candidato, si será buena persona (cada uno que piense lo que quiera sobre eso), que régimen de valores guían su vida y que podrá hacer por el bien común.
Victoriano Suárez Álvarez
victorianobenigno@gmail.com