Hoy que se va reactivando la economía de a poco y las actividades laborales de forma presencial están retomándose nuevamente; observamos cómo se esbozan planes progresivos para el retorno de una “vida normal” que definitivamente no será la misma. Y es que de una u otra manera, las personas deben volver a sus trabajos, a sus negocios, a sus clases, en algún momento que quizá lleve meses o años, pero que sin lugar a dudas, debe sobrevenir en algún momento inesperado. De ahí que existen investigaciones sobre los efectos que traen consigo las epidemias, otorgando ciertas “pistas” de lo que podría observarse en los futuros meses. Lo que evidentemente es cierto es que los seres humanos somos increíblemente capaces de adecuarnos a cualquier escenario que se nos presente, porque “no importa cuán mala sea la situación, te adaptas. Vives lo mejor que puedes” y más aún con la probabilidad de que nuestra “cotidianidad” se defina a partir de los miles de esfuerzos por controlar una pandemia, hasta que se logre inmovilizar este virus, tanto con una vacuna o mediante campañas de aislamientos regulados. Pero como establecen algunos psicólogos, durante las épocas de cambios prolongados y sobre todo radicales, las personas también terminan cambiando. Parece como si nos encontráramos en tiempos de la caverna sitiados nuevamente por la naturaleza y aislados en pequeñas comunidades, pero hoy que hemos palpado el valor de nuestra familia, de nuestras amistades, de lo espiritual antes que lo material; hoy que hemos comprendido que nadie tiene la vida comprada, y por este planeta transitamos una sola vez, dejando huellas. Hoy es tiempo de aprender a dar las gracias, a perdonar, ya que no vale la pena guardar rencores; sino adoptar valores como la paz, la esperanza la gratitud y sobre todo la alegría. Hoy es el momento indicado para plantearnos nuevos propósitos, encausándonos en asuntos que obedezcan a un cambio de actitud o una acción personal sobre la que podamos influir directa y positivamente.