Con frecuencia escuchamos que estamos viviendo un periodo de crisis de representación política. Este fenómeno se refiere a las percepciones sobre como los actores políticos (representantes) no están dando respuestas efectivas a los intereses, opiniones, necesidades o preocupaciones del electorado (representados), sin brindar alternativas o acciones programáticas que puedan gestionar el conflicto social. Otro factor es la alternancia dentro de los partidos o la personalización de la política, donde los mismos actores, son quienes compiten continuamente en los procesos electorales.
Si analizamos la crisis de representación en la región y el mundo, esta se podría explicar por la combinación de fenómenos internos y externos, como la contracción democrática o la polarización. La crisis del sistema democrático viene de la mano del desencanto y desconfianza de las personas hacia la clase política. Este escenario de degradación, con sus promesas huecas, pretensiones mesiánicas o soluciones inmediatas son un caldo de cultivo para que personalismos y liderazgos omnímodos o caudillistas intenten acaparar la preferencia electoral. La estrategia de seducción de masas del populismo, con sus grandes maquinarias electorales, egos superlativos y dogmas sectarios, rompe el vínculo natural entre el representante y el representado, abriendo la puerta al autoritarismo. Es tan grave la crisis de representación global, que liderazgos autoritarios como Maduro en Venezuela o Putin en Rusia se perpetúan en el poder; o que, en la potencia más grande del mundo la elección presidencial recaiga en dos candidatos que superan los 78 años.
La discusión sobre la representación tiene muchas aristas o circunstancias que pueden entenderse como un efecto que degrada la calidad del sistema democrático. Necesitamos nuevos mecanismos de representación no electoral que propicien la participación ciudadana. Sin embargo, también debemos recordar que fuera de la democracia no hay paz, progreso, ni civilización. Por el contrario, los regímenes populista -autoritarios ofrecen soluciones inmediatistas, que en la realidad resultan en pan para hoy y hambre para mañana. No lo olivemos, que ya lo vivimos.
Santiago Pérez Samaniego
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