La falta de puntualidad es, sin lugar a dudas, una de las formas más evidentes de falta de respeto en nuestras interacciones cotidianas. Llegar tarde no es solo un descuido; es un acto que comunica desdén por el tiempo y las prioridades de los demás.
En el ámbito laboral, la impuntualidad puede ser devastadora. Un equipo que espera a un miembro que se presenta tarde no solo pierde tiempo valioso, sino que también se resiente. Esta actitud puede ser interpretada como una falta de compromiso y profesionalismo, un mensaje claro de que algunos consideran su tiempo más importante que el de sus colegas.
En el plano personal, la impuntualidad erosiona las relaciones. Cuando alguien llega tarde de forma habitual, se convierte en un testimonio de egoísmo. La confianza y la paciencia de amigos y familiares se agotan rápidamente ante esta falta de consideración. Eventualmente, quienes valoran su tiempo se alejan, y los vínculos se desgastan. Si no respeta tu tiempo, no te respeta a ti.
Ser puntual no es una simple cuestión de cortesía; es una muestra de respeto profundo hacia los demás. Cada vez que uno se presenta a tiempo, está afirmando que reconoce y valora el esfuerzo y el tiempo de los otros. En un mundo donde la puntualidad es vista como una virtud en decadencia, es hora de exigir un cambio. La impuntualidad no solo es una falta de respeto; es un síntoma de un carácter desorganizado y poco comprometido. Es momento de que todos asumamos la responsabilidad de ser puntuales y de construir una cultura que lo valore.
Victoriano Suárez Álvarez