Prohibiciones necesarias

En el campo educativo, la magia de una buena motivación despierta el interés de los estudiantes para que un nuevo tema de clase sea aprehendido con eficiencia; sin embargo, a veces, la atención en los estudiantes es intermitente y, de pronto, sus ágiles mentes abandonan el aula y empiezan a volar por espacios colmados de alegres fantasías. Recuerdo en esta parte al gran poeta Medardo Ángel Silva quien, encontraba razones que le deslindaban de las explicaciones de sus maestros en el aula: “Pero, ¿quién atendía a las explicaciones? / Hay tanto que observar en los negros rincones/y, además, es mejor contemplar los gorriones/ en los nidos, seguir el áureo derrotero/ de un rayito de sol o el girar bullanguero/ de un insecto vestido de seda rubia o una mosca de vellos de oro y alas de color de luna”.

Silva, en ese entonces, era un poeta en potencia y su imaginación jugaba con realidades distractoras tan simples y maravillosas. Los tiempos han cambiado y, ahora, con los avances de la ciencia y tecnología en materia de comunicación, los distractores se han multiplicado, siendo el principal aquel que se inventó a finales del siglo pasado: el famoso teléfono celular que tenerlo, en un principio, era un lujo y, ahora, una necesidad, para las personas de todas las edades, sobre todo para los estudiantes quienes podrán ir a su establecimiento sin su lunch, pero no sin su celular.

Y ¿qué papel juega el celular en los centros educativos? Muy fácil, vuelve a los estudiantes adictos a las redes sociales a las que quieren entrar, sobre todo durante el recreo, espacio que antes era utilizado para practicar varias disciplinas deportivas, mientras que ahora, vemos a chicos y chicas sentados como autómatas manejando sus móviles para, con la cabeza dopada con materiales innecesarios, retornar a continuar con su jornada.

Concuerdo con la ministra de Educación, Alegría Crespo, de que se debería prohibir, en los centros educativos, el uso de los celulares y que, esta prohibición, tan necesaria, debería constar en el código de convivencia, aprobado con el aporte de los padres de familia. Quizá, así, rescatemos a nuestros niños y adolescentes de esta fiebre que tanto daño les está ocasionando, sobre todo en su desarrollo cognitivo y emocional.

Darío Granda Astudillo

dargranda@gmail.com

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