La polarización política en Ecuador se ha intensificado en los últimos años, quebrantando a la sociedad en bandos irreconciliables y debilitando la confianza en las instituciones. Se escucha con frecuencia que nuestro país está cada vez más dividido, y es que más allá de tener distintas vías democráticas a nivel ideológico, existen dos grandes bandos en constante confrontación: “Correísmo y anticorreismo”. Esta percepción de polarización ha suscitado un debate intenso sobre las implicaciones que tienen en nuestras dinámicas sociales y en el funcionamiento de la democracia, creando un sucio juego de “ellos contra nosotros”.
Las estrategias, tanto del correísmo como del anticorreismo, encuentran habitualmente en las batallas culturales una vía rápida para reforzar los vínculos identitarios. Se descuidan de esta forma cuestiones que preocupan más a la ciudadanía y en las que además existe un amplio consenso social de partida al menos en la definición del problema. Todos estos enfoques populistas desencadenan diversos efectos perniciosos. Uno de ellos es el riesgo de parálisis institucional, es decir, la dificultad para sacar adelante leyes y políticas públicas. Esto se traduce en síntomas muy variados, como se ha podido apreciar en la política ecuatoriana de los últimos años.
Por ahora, parece claro que necesitamos comenzar a cambiar el discurso dominante pasando del “estamos muy divididos” al “lo primordial es la gente y el país”. Superar la polarización no significa eliminar las diferencias, sino aprender a debatir con respeto, buscar consensos y poner al país por encima de los intereses partidistas.
Santiago Medina Romero
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