Soy metapatriota y desde esta atalaya veo «Los males de la patria» (Mallada, 1989). Existen tres tipos de patriotas: 1. los preconvencionales: egoístas razonables, aquellos que dicen «aquí solo mis chicharrones truenan»; se aman a sí mismos y se besan con el estandarte nacional de su propio Narciso; aquellos que en las famosas clases de cívica aprendieron a ser «fieles» con el Estado (pagar impuestos) e infieles en la vida privada. 2. Los convencionales: la patria son los propios hijos; rencorosos que ni se inmutan al cantar «Dios miró y aceptó el holocausto». 3. Los posconvencionales: aquellos que nos aman y nos dicen «mi patria eres tú». El 60% de la población son patriotas preconvencionales y el 30% convencionales, esto justifica la maledicencia respectiva y el nacionalismo exacerbado. Estos patriotas de marras hacen respetar judicialmente los símbolos patrios, pero no son capaces de mover un dedo por defender a los oprimidos a causa de las mentiras del político patriota de turno que una cosa dice en campaña y hace otra en el poder. Perdonadme, patriotas, pero el amor a la patria no se demuestra venerando símbolos, sino a las patrias de humanidad; no a las valladas ni las kilometradas con muros fronterizos separatistas. ¡La patria del ser humano es la humanidad! Nuestra patria es cualquier país, ahí donde hay gente de buena voluntad; para ello hay que abolir los muros de la separación y convertir nuestras patrias en moradas. La patria humana más hermosa es ser útil al prójimo. Nuestra patria se llama Cosmópolis y en su interior Cristianópolis. Hagamos lo que dice la Epístola a Diogneto: habitar toda patria como tierra extraña y toda tierra extraña como patria. El patriotismo digno solo se fragua dentro del universalismo; de lo contrario es el cáncer de la solidaridad y la negación del principio básico de una democracia real.
Jorge Benítez Hurtado
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