Hace muchos años Anthony Burgess escribió un libro radical que mantiene su actualidad. Lo tituló “La Naranja Mecánica. Se trata de la crónica de los crímenes brutales de un delincuente juvenil y de los esfuerzos estatales por rehabilitarlo en un ambiente de hipócrita politiquería. En el fondo trata de la cuestión esencial del libre albedrío humano y de como la propia esencia del individuo está ligada al ejercicio de la libertad y de la voluntad. Cualquiera diría que este libro escrito hace sesenta y un años, poco tiene que ver con nuestra realidad actual, desgraciadamente no es así. Todo lo contrario. Tiene mucho que ver con nuestro aquí y ahora. Pensemos, por ejemplo, que en esa vida mediática y digital que ha usurpado la existencia real, nos encontramos sujetos a la potestad de un amo que toma el nombre genérico de algoritmo y que de manera férrea y sistemática nos indica que películas ver, que información buscar, que noticias digerir. Como nos gusta engañarnos pensamos de manera ingenua que somos nosotros los que entrenamos a los algoritmos con nuestros datos y nuestras elecciones. Escogemos voluntariamente olvidar que esas instrucciones de programación, esas redes neuronales, esos esquemas estadísticos de predicción, tienen fuentes humanas y monetarias que les otorgan los sesgos y las direcciones generales de su comportamiento, con lo cual, nos convertimos en los alegres cooperadores de nuestra propia sumisión. Al mismo tiempo los “influencers”, convertidos en sumos sacerdotes del gusto y de la salud, nos dicen lo que debemos comer y lo que debemos evitar. El ChatGPT nos quita la voz y el pensamiento. La verdad tiene valores tasados de acuerdo con el número de “trolls” que el abultado bolsillo de un político puede pagar. Y el hambre, la pobreza, la violencia, el patente naufragio nacional se diluyen en un baile de “Tik Tok”.
Carlos García Torres
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