En junio las personas del colectivo LBGTI expresan públicamente sus demandas de respeto e identidad. Caminan con alegría, con menos temores y expectantes, para que los demás los ven y los reconozcan como iguales en la protección y defensa de sus derechos intrínsecos, como seres humanos.
La Declaración Universal de 1948 señala que todos merecen unos amparos mínimos que deben ser cubiertos por los Estados, indistintamente de raza, sexo u ideologías, sin embargo, esto no ocurre para miles de personas. Las luchas por vivir en dignidad continúan. Aún cuesta estar en igualdad de condiciones por tener un color de piel distinto, residir fuera de las urbes, nacer en un país del sur global, ser mujer o pensar diferente.
Los líderes políticos y religiosos “abren las puertas” para los homosexuales y las lesbianas, pero más que concesión sería “devolver” la libertad de expresión que siempre debieron tener aquellos marginados de sus familias y comunidades debido a las preferencias sexuales.
Los teóricos de la democracia manifiestan que la tolerancia y la participación de las minorías están entre los fundamentos del modelo de sociedad pluralista que rige en muchas naciones en el siglo XXI, pero, ¿será cierto cuando se condena, destierra e ignora por los vestidos, peinados, danzas o modismos?
Tal vez una de las claves de una ciudadanía auténtica esté en celebrar todas las palabras, formas, colores y credos. Que los años próximos sean de miles de jóvenes distintos, diversos, llenos de vida, que proclaman sus identidades desde el reconocimiento de los otros, sin seguir modelos diseñados por la violencia ejercida por aquellos que tienen poder.
Abel Suing
arsuing@utpl.edu.ec