Es cierto, son tiempos de hastío, confusión y cansancio. Y en medio de ese bosque de sombras, aparecen los fantasmas del autoritarismo, el fascismo y la violencia, que se cultivan desde el adormecimiento con la banalidad en el consumo, la superficialidad, el facilismo, con el tan viejo y tan actual “fetichismo de la mercancía”.
Necesitamos recuperar los valores de la vida común que nos ha permitido sobrevivir en medio del caos, necesitamos recuperar el tejido social deshilachado, necesitamos volver a construir caminos comunes; y para hacerlo, debemos volver nuestros oídos tan acostumbrados al ritmo frenético, a la escucha compartida, al diálogo, al respeto por los pensadores y pensadoras, de los intelectuales, de las grandes referencias.
Hay que volver a dar cabida a la sabiduría que fue relegada por el frío conocimiento técnico del dato, la cuantificación y la cifra. Nuestra falsa vocación por la utilidad mercantil, nos hace creer que las artes, la cultura no sirven de nada, y por esa vía se puede llegar a pensar que un martillo es más útil que una novela o que una máquina es mayor que una sinfonía. En esos caminos, se volvería inentendible que Sócrates tocara la flauta mientras le preparaban su cicuta, porque quería aprender una nueva melodía antes de morir.
La cultura no es útil porque hace algo, sino porque nos hace, construye sentidos, imaginarios, visiones del futuro, moldea nuestros sueños y nuestras esperanzas, delinea el tamaño de nuestras utopías, en suma: hace posible la vida. Por eso, es un campo de permanente disputa, de combate, pero, sobre todo, debe ser el espacio de impugnación de nuestro maltrecho mundo.
Pablo Vivanco Ordóñez
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