Cada vez se suman las voces en contra de la minería. La triste experiencia en nuestro país nos ha enseñado que de la minería lo único que queda es miseria, desolación y muerte. La contaminación se hace cada vez más alarmante, nuevas enfermedades aparecen y múltiples tipos de cáncer afectan a la humanidad gracias a estas prácticas irresponsables.
En la historia del tercer mundo, no hay un solo caso en que la minería haya dejado balances positivos después de las excavaciones. Nos venden la burda idea de que dan trabajo a los lugareños y lo que dan son limosnas, ya que la inmensa riqueza va a parar a los países de origen de las transnacionales.
Las tres provincias del sur, Loja, El Oro y Zamora, no han marcado la diferencia muchas de las minas que se encuentran en sus territorios, vienen siendo explotadas desde hace cientos de años, pero los frutos aún no los vemos, excepto el “trabajito” esporádico que ofrecen, que les ha servido para su subsistencia mínima. ¿Y las toneladas de oro? Fuera de nuestras fronteras, enriqueciendo a otros a cambio de nuestra pobreza.
La minería si es artesanal o a gran escala, si es o no a cielo abierto es igual de nociva para los seres humanos y la naturaleza. La naturaleza no entiende si es envenenada por minería legal e ilegal, solo siente que es envenenada.
Las últimas protestas de Fierro Urco, han puesto sobre la mesa la necesidad impostergable de detener este monstruo que nos mata sistemáticamente, que envenena los ríos, que erosiona los suelos, que agujerea las entrañas de la tierra, que intoxica el aire.
Es un clamor de vida o muerte detener esta barbarie. Hacer frente a la avalancha mediática, que nos quiere hacer creer que la minería es necesaria y que es símbolo de progreso. Nada de eso. La minería es muerte, lo estamos viviendo, lo estamos sintiendo. La terrible contaminación actual, ya nos lo está avisando.