Hace miles de años Circe convirtió en cerdos a los tripulantes de Ulises. La astucia del héroe logró que recuperen su condición humana. Esta historia de Homero viene a cuento porque en estos días se medita en la Asamblea Nacional una nueva ley dirigida a la defensa de los animales. Sus proponentes arguyen con fervor respecto de la dignidad aplicada al entorno zoológico. Nos dicen que también los seres de cuatro patas gozan de esta cualidad que desde Kant y luego desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos era exclusivamente humana. El filósofo alemán, a través de la noción de libertad, arribó a la idea de dignidad humana como característica que hace únicos a los seres humanos, y los diferencia de los otros seres vivientes. Gracias a esta idea surgieron esos derechos humanos que han impedido el fin de nuestra especie en los últimos setenta y seis años. La misma idea de dignidad humana hace que todas las vidas sean importantes, las de los muy ricos y las de los que nadan en la miseria. Las de quienes diariamente dan carne a sus perros de raza y las de quienes nunca han probado la carne en su vida. Ahora la Defensoría del Pueblo y posiblemente la propia Asamblea Nacional han decidido dejar atrás ese concepto que consideran desfasado. Dicen que buscan proteger las existencias animales porque así lo ha ordenado la Corte Constitucional en el caso de la Mona Estrellita y porque la propia Constitución reconoce los derechos de la naturaleza. No es así. Esos derechos, como todo el ordenamiento jurídico, buscan proteger a los seres humanos del presente y del futuro. Reducir la dignidad humana a una cuestión de animalidad no es proteger a esos seres indefensos, es proceder como Circe convirtiendo las personas en cerdos.
Carlos García Torres
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