En el contexto de nuestra ciudad ruidosa y en constante cambio, el activismo urbano nace como una fuerza de contrapeso al desarrollo desmedido. También, de la necesidad de una voz que clame por la equidad y la inclusión en el tejido mismo de nuestra sociedad que a raíz del sub desarrollo parece que se inclinan más cada día por intereses económicos y políticos. La figura del activista urbano entonces viene a recordarnos lo que las ciudades son realmente, más que cualquier otra cosa, hogares para las personas, ciudades para la gente. Alejándose de cierta forma del concepto de un activismo de calle, y enfocándose en los actos de construcción colectiva. Desde la crítica hacia los modelos de vivienda social que vendrán producto del crecimiento demográfico y, enlazando este análisis con la academia. Pasando por la producción en masa de espacios verdes urbanos, o incluso simplemente siendo la voz de las personas que se niegan a ser desplazadas por la gentrificación descontrolada, quizá también, la voz de los peatones que claman calles seguras, la voz de los ciclistas a los que les urgen ciclovías, la voz de los jóvenes y próximas generaciones que exigen un futuro más justo, sostenible y verde. Las ciudades deberán sin demora ser cunas de estas voces, y fábricas de los líderes que nos lleven por caminos donde se contemplen conceptos hasta ahora no vistos. En un momento en que el cambio climático y la desigualdad social son de las amenazas más grandes, la cohesión social se vuelve imperante y las soluciones innovadoras deberán primar en el intelecto de nuestros gobernantes.
El activismo urbano, en resumen, sería a riendas un recordatorio de que las ciudades no son espacios físicos sobrepuestos y unidos simétricamente, si no tejidos vivos y en constante cambio que deberán ser moldeadas por y para nosotros, las personas que las habitan. Siendo el sentido escogido, la expresión misma de la voluntad de las masas.
Darío Xavier Alejandro Ruiz
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