Me encanta lo que hago… Cuando uno hace de su pasión una forma de vida, desaparece del trabajo la dimensión de rutina, de obligación, de pesadumbre, me dedico a mirar mi vida a través de cada ser humano con el que tengo contacto.
Esa mirada sobre la vida es el camino del espíritu. La carne es efímera y el alma arrastra emociones personales, arcaicas. Lo único que es y será es el espíritu y aunque a casi nadie le guste hablar del tema, la vida espiritual es lo que da sentido a la vida, a la muerte, al instante.
La vida espiritual, esa dinámica constante del sorprendernos, de despertar a lo diferente, donde nada es un ya realizado o adquirido, donde lo único que debemos ejercer es la vigilancia, velar por el cada día sin darle matices de logro, sin la ilusión de la bocanada dichosa de la realización y el confort interior.
Creer en el misterio del espíritu, es lo que nos permite caminar con los ojos abiertos y morir con ellos llenos de luz, de conocimiento de sí, de los demás seres humanos, del universo y de Dios. Creer en el misterio nos nutre y cada día es diferente, por eso tratar de revivir cualquier experiencia que nos alimente es retroceder, querer adormecernos, entrar en el exilio de nosotros mismos.
Cada despertar es un aprendizaje y una enseñanza que nos genera libertad y nos invita a ese viaje del espíritu donde todo tiene por vocación transformarse en oro. Somos oro, luz, claridad en potencia, libertad de devenir.