Es lamentable escuchar a pseudos analistas hablar de socialismo en los medios de comunicación, utilizan esta palabra como si fuese un pedrusco. Estos “eruditos” no profundizan, ni se preocupan por lo esencial, el eidos, de la palabra socialismo, solo llegan a decir que “el socialismo necesita que las personas se mantengan en la pobreza”, entre otros prejuicios. Decía el filósofo Edmund Husserl (1859-1938) que quien desee pensar bien comenzará por buscar humildemente en sí mismo sus posibles prejuicios, los más profundos, los que ni siquiera conocemos, para despojarse de ellos (epojé). Según la historiografía el socialismo (como sistema político) nació a partir de la Revolución Francesa (1789) y culminó con la caída del muro de Berlín (1989), pero su alma pervive aún hoy en quienes se preocupan por la justicia social y el bien común. Teóricamente hablando (aunque en la práctica pase otra cosa) socialista es la persona a la que le preocupa no solo su propio yo y su familia sino además la sociedad. Para lograr su objetivo dentro del socialismo nació el comunismo (o marxismo) y el anarquismo. El primero con una moral materialista propuso un cambio social para crear el “paraíso en la tierra” a través de la “dictadura del proletariado”, que luego se convirtió en dictadura sobre el proletariado (infierno); por otra parte, el anarquismo predicó la revolución social (a veces violenta) pero sin dictadura, a través de una transformación moral interna de la persona, luchando contra la ignorancia de forma crítica y creyendo que la persona es buena por naturaleza. En definitiva, para el anarquismo somos ángeles y para el marxismo somos bestias. Sin embargo, la preocupación por el ámbito social del marxismo y la transformación moral interna de la persona según el anarquismo para lograr la libertad, igualdad y fraternidad lo rescatamos y desechamos aquella moral materialista (atea) y cualquier tipo de violencia que propugnan. Como conclusión podemos decir que la verdadera alma socialista debe afrontar con parresía la ezquizofrenia producida por el capitalismo global negativo (cfr: Deleuze y Guattari 1976/1988) y recomendamos analizar la esencia de todo pensamiento para rescatar lo bueno y desechar lo malo, tomando en cuenta que todo pensamiento que no se decapita desemboca en la trascendencia.
Jorge Benítez Hurtado
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