Fue preciso que transcurrieran años, que vientos novadores vengan a airear voluntades, que nuevos horizontes se abran en procura de mejorar el proceso educativo del país, para incluir en la malla curricular de los estudiantes ecuatorianos la educación cívica, cuyo objetivo es lograr fortalecer los valores éticos y morales, alentando el compromiso de comportarnos como parte del quehacer humano ante la sostenida conciencia de que los buenos modales indican el nivel de educación cultural de un pueblo, de una.
Sin duda la inclusión de la cívica, que también busca el bienestar propio y del prójimo, responde a la crisis de valores que está viviendo el país, fatigado por la corrupción, la inseguridad, el terrorismo, el narcotráfico, la impunidad, que sin disimulo se han vuelto parte de la vida cotidiana. Y de paso asqueado por la política y los politiqueros que han comenzado a apilonar aspirantes a Carondelet.
Cabe suponer entonces que en este escenario la cívica puede ayudar a comunicar dignidad, decoro, decencia y respeto, aseo moral y celo patriótico, si todos cumplimos los deberes y las reglas de civilidad que debemos observar para cimentar la cultura de la honestidad, el respeto, la igualdad, la solidaridad y lealtad, que de alguna manera procure cerrar el cielo y la tierra que los corruptos tienen abierto.
Aunque el Ministerio de Educación ya anunció en dos ocasiones anteriores el retorno de dicha asignatura a las aulas, esperemos que a la tercera sea la vencida para no seguir repitiendo el refrán “del dicho al hecho, hay mucho trecho”. Sin olvidar que conocer y practicar las normas de convivencia social y sus obligaciones con atención y respeto, constituye también una forma de preparar a la juventud para que se organice y participe en los destinos y conducción de nuestro país, antes de que se caiga a pedazos.
Adolfo Coronel Illescas