Su familia lo recuerda como un ser humano maravilloso. Zapotillano de nacimiento, falleció a los 93 años, en Quito.
Manuel de Jesús Bustamante Álvarez, Don Manuelito, como cariñosamente lo llamaban todos quienes lo conocían, nació el 9 de abril de 1931, en su amado Zapotillo Hermoso, en el hogar formado por Gregorio Bustamante Duarte y Celsa Álvarez Flores.
Un luchador inclaudicable, que enfrentó con valentía y energía positiva todos los obstáculos que se le presentaron, falleció en Quito, a los 93 años, el 5 de julio del 2024, dejando una huella indeleble de hombre honesto, emprendedor, que practicó siempre la solidaridad y el amor.
Su vida
Cuando apenas tenía 6 años de edad perdió a su padre y, cuatro años después, a los 10 años, obligadamente abandonó, junto a su familia, su tierra natal, Zapotillo, producto de la invasión peruana. En primera instancia llegaron a Tambillo, barrio de la parroquia Paletillas, donde se alojaron en la capilla del lugar. Luego decidieron trasladarse a Pindal, en ese entonces novel parroquia de cantón Celica, pueblo hospitalario que les extendió la mano a todas las familias que llegaron en busca de refugio.
En este promisorio pueblo decidieron establecerse, en principio de forma temporal, pero fue tal su identificación con las bondades de Pindal, que decidieron radicarse definitivamente.
En 1944, a los 13 años, Manuelito de Jesús, emigra a Lima, capital del Perú, donde residía uno de sus hermanos mayores, Juan Humberto Bustamante Álvarez, exitoso comerciante en esa gran metrópoli y quien enseñó este oficio a su querido hermano Manuelito.
Así inicia su vida laboral ganando el sustento diario honestamente, transcurre su adolescencia, convirtiéndose en un joven muy bien parecido, con valores morales y cristianos, resaltando su generosidad y solidaridad con su familia y paisanos ecuatorianos que llegaban a su aposento. En Lima vivió y trabajó durante 12 años, aprendiendo además a preparar algunos deliciosos platos de la afamada gastronomía peruana.
La familia
Con 25 años de edad regresa a su país, visita a sus familiares y amigos tanto en Zapotillo como Pindal, pero la falta de fuentes de trabajo, lo hace pensar nuevamente en buscar mejores oportunidades y el destino fue Guayaquil, donde emprendió en la pequeña industria de la confección de ropa, principalmente pantalones y chaquetas, que entregaba por mayor a los comerciantes de la bahía.
En Guayaquil, el departamento que rentaba era la posada gratuita de zapotillanos, pindaleños, que decidían buscar oportunidad de trabajo o simplemente conocer el Puerto Principal del Ecuador, a quienes con gusto les atendía como anfitrión y guía. También ayudó, con bienes y persona, amor y abnegación, a varios familiares que atravesaban dificultades principalmente de salud.
Después de haber vivido intensamente la soltería, decide buscar la mujer adecuada para compartir su vida y formar su hogar, por lo que con este afán regresa a Pindal, en donde conoce a la distinguida y guapa señorita Luz Emerita Sandoya Espinoza, con quien contrae matrimonio en marzo de 1960. Producto de este amor procrearon a cuatro hijos: Roger, Mirian, Beatriz y Yadira Bustamante Sandoya; quienes se constituyeron su razón de vida. En ese tiempo se radicó en Pindal alternando su nueva ocupación como agricultor y ganadero con su verdadero oficio de comerciante.
A la capital
Al crecer sus hijos, junto con su esposa se preocuparon por su futuro, por lo que en 1974, decidió buscar una nueva oportunidad en la ciudad capital, Quito, donde se radicó con su familia definitivamente.
En Quito, fue uno de los fundadores del Centro Comercial El Tejar, más conocido como la calle Ipiales, donde laboró durante 40 años, logrando, con su compañera de vida, educar a sus hijos prodigándoles todo lo necesario para que sean seres humanos de bien y sirvan a la sociedad.
Como no podía ser de otra manera en la capital, su casa se convirtió también en el hogar de familiares, que buscaban radicarse en la capital o estudiar buscando un futuro mejor.
Manuelito y Emerita siempre fueron felices compartiendo con familiares y amigos reuniones en su hogar, en el que nunca falto un plato de comida para quienes los visitaban.
Manuelito de Jesús Bustamante Álvarez, se ganó la consideración y respeto de todos quienes tuvieron la suerte y el honor de conocerlo, su generosidad, sabiduría y sinceridad para dar un consejo, sus anécdotas, dichos para cada ocasión y la energía positiva que irradiaba, lo hicieron un ser humano maravilloso.
CLAVE
Hasta hoy permanece vigente el recuerdo de Manuel Bustamante preparando, con sus hábiles manos, el delicioso ceviche peruano, que en su hogar lo compartía con quienes lo visitaban.