Atentamente, una mujer

Ecuador, cualquier día del año. Escribo esta carta porque necesito tranquilizar este grito ahogado que sale desde mis entrañas más profundas. Si, esas enredadas en valentía y paciencia que se conjugan para mostrar su valor y desdicha. Mi pecho se cierra, se entumece y reclama por dentro. No concibo este sentimiento como el común denominador de las de mi género. Me duele, me preocupa, me altera. Y es que mi grito ahogado no es solo mío. Mi grito, es el reclamo de todas.

Hablo por ellas, mis compañeras de género. Esos seres humanos dignos, que hacen suyas las virtudes de valentía, sabiduría y perseverancia. Los seres enteros que no se rinden, que no se apañan, que no renuncian. Esos individuos excepcionales que incluso en el más allá, después de muertas, aún gritan. Gritan tal cual el grito que ignoraron los femicidas cuando se llevaron su vida, cuando pretendieron silenciar su voz.

Son mis hermanas, las que con frente en alto gritarán por mí cuando me quieran quitar la voz. Lo harán por mí, tal como lo hicieron por Rosa, Meibi, Maribel, Katherine, y cuantas otras. A ellas, que mientras yo recuperaba energía, a ellas les arrebataban la vida. Lo haremos, lo sé, porque la lucha contra la violencia machista no se olvida. Esta carta es mi grito de auxilio por si alguna vez, necesito de los suyos. Esta carta es mi respuesta afirmativa por si alguna vez me encuentran yaciendo en alguna vereda o en mi casa, y se preguntan si quisiera que griten por mí. Yo sé que son mis congéneres las que pelearán. Confío en su fuerza, y determinación.

En fin, hermanas, si queremos ser escuchadas, tenemos que hacer ruido. Atentamente, una mujer.