Todo(s) tiene(n) su momento

En la vida todo(s) tiene(n) su momento. Los libros también. Me pasó con Don Quijote cuando intenté leerlo al cursar el primer curso de la secundaria. De la biblioteca del colegio pedí prestada la edición conmemorativa que la RAE publicó en 2005. Cuando lo empecé pude advertir la dificultad de las formas lingüísticas propias de la época en que fue escrito. Proseguí en mi intento de leerlo y avancé no más de seis o siete capítulos, anotando con mucha frecuencia y consultando el significado de la gran cantidad de palabras que ignoraba. Pero me sentí perdido en ese complejo mundo quijotesco y lo abandoné. Lograría mi cometido varios años después.

Y así me ha pasado y, estoy seguro, seguirá sucediendo. Por ejemplo, cuando adquirí El infinito en un junco, de Vallejo, pese a que había avanzado al menos un treinta por ciento, lo dejé. Hace poco lo retomé y ahora es una de mis lecturas diarias. Lo propio con Una Historia de la lectura, de Manguel. O con El mito de Sísifo, de Camus. Pero también ocurre que, recibidos algunos libros, luego del ritual inicial de admiración, empiezo a leerlos y quedo maravillado, y no puedo detenerme, acaso “como un tren”, en palabras de García Márquez. Eso aconteció, v. gr., con Manifiesto por la lectura, de Vallejo; con El extranjero, de Camus; con Medio siglo con Borges y Un bárbaro en París, de Vargas Llosa. O con Los dibujos de Franz Kafka, editado por Galaxia Gutenberg en una edición de lujo. Y con El problema final, de Pérez-Reverte… Me llevaron una sola bocanada, aunque la satisfacción permanece incólume.

Por eso es que no debe ser motivo de preocupación que un libro no nos atrape a la primera, o quizá a la segunda. Inclusive a la tercera. Ya llegará el momento oportuno, preciso, el episodio del descubrimiento. Porque todo libro está para ser leído cuando debe ser leído. Y a eso le rodean circunstancias y hechos, incluso el estado mismo del lector. Y si el libro nunca está pese a poder disponer de él, entonces sencillamente es para después. O para otro lector. Lo importante es que este ciclo nunca acabe, porque es el ciclo de la humanidad, pues… ¿qué sería de nosotros (los de hoy y los que vendrán luego) sin los libros? Existiríamos, pero como insulsos desiertos en el macro desierto del mundo.

José Luis Íñiguez G.

joseluisigloja@hotmail.com

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