Las personas no somos solo aquello que pensamos, también nos define las personas de las que nos rodeamos. Ningún entorno es neutro, y pocas situaciones son ajenas a la influencia que los demás pueden tener sobre nosotros en base a lo que nos digan, lo que hagan o dejen de hacer. Así, y aunque nos encantaría que toda esa influencia fuera positiva e inspiradora, la verdad es que en ocasiones experimentamos lo contrario. En la literatura del crecimiento personal y en el mundo de las frases positivas que inundan nuestras redes sociales no falta el clásico mensaje de que ‘procuremos rodearnos siempre de personas enriquecedoras’, de esas que sacan siempre lo mejor de nosotros mismos. Sin embargo, admitámoslo, esto no es posible en todos los casos por razones muy concretas. Cada uno de nosotros somos, en parte, el resultado de quienes nos han criado y educado, somos el producto de nuestras interacciones con esas figuras que hemos conocido en el colegio, universidad, trabajo y otros escenarios sociales. No siempre nos es posible cribar a las personas; en gran parte de los casos nos vienen dadas y, por tanto, a veces estamos obligados a convivir con quien no nos agrada en absoluto. Así, y aunque al final la experiencia nos haya revelado cómo tratar a quien nos incomoda o nos trae angustia en lugar de felicidad, el resultado de esas interacciones y vivencias también nos determina. Por tanto, todas forman parte de ese hermoso lienzo llamado vida.
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