Se dice que los hermanos son una casualidad de la vida, pero los verdaderos amigos, son la familia que se nos permite escoger y debemos dar gracias a aquellos que nos permitieron ser parte de su familia como también de la nuestra. Los momentos de alegría que nos brindan los mejores amigos son inolvidables, no hay nada comparado como un buen apretón de manos, un abrazo sincero y las palabras de aliento que recompensan el tiempo de espera para iniciar la charla.
Las charlas eternas de los recuerdos de la infancia, que afloraban cada vez que teníamos la oportunidad de reunirnos y las voces de aliento con sabor a consejo sobre cómo llevar la relación asertiva, respetuosa, proactiva con las esposas que elegimos como compañeras de nuestras vidas, pero principalmente cómo ser mejores padres, aunque muchas veces chocaban antagónicamente los principios filosóficos, no eran, ni por poco, motivo de desacuerdo o discusión; el cariño, aprecio y respeto era más grande que eso.
Con el pasar de los años estas amistades se hacen realmente fuertes y se llega a querer tanto como a un hermano propio al amigo sincero de toda la vida. Pero con el pasar del tiempo nuestra salud se deteriora en unos más que otros, a pesar de no tener descarríos y llevar una vida juiciosa en todos los sentidos apoyada en el fútbol que era nuestra mejor diversión en la niñez, adolescencia y juventud.
Le llegó muy temprano el ocaso a mi amigo y hermano, la batalla más importante de su vida contra el cáncer la perdió, dejando un vacío enorme en todos quienes lo queríamos, su amada esposa y maravillosos hijos, familia, amigos. Un abrazo fortísimo hasta la eternidad donde nos volveremos a encontrar mi querido amigo Pablo Roberto, mientras tanto solo queda sombras y arena.
Francisco Herrera Burgos
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