Cada día aumenta progresivamente el número de niños que han sido sometidos a tratamientos hormonales para el mal llamado “cambio de sexo”, muchos de ellos inducidos por personas ajenas a su entorno familiar y que han llegado a la adolescencia o a la madurez y han desarrollado problemas psicológicos que los ha llevado a actos agresivos contra sus progenitores o contra los médicos que los han tratado, llegando hasta el suicidio.
Hace un mes, el 6 de junio de 2 024, el Colegio Americano de Pediatras y varias organizaciones médicas de los Estados Unidos publicaron un documento titulado “Declaración de Médicos que protegen a los niños” en donde advierten los peligros de las intervenciones hormonales y procedimientos quirúrgicos a niños y adolescentes afectados de una confusión de su sexualidad y piden de manera firme que no se continúe con procedimientos invasivos y que se realicen “investigaciones sólidas y promuevan evaluaciones y terapias integrales”.
El juramento hipocrático es una excelente base moral para quienes se dedican a la medicina. Allí se proclaman valores como: la dignidad de cada persona, el respeto irrestricto a la misma, la negación de prácticas abominables en contra de la salud y la vida de todos. Por eso el portavoz del Colegio citado declara que “Todo niño merece atención médica ética que proteja su vida, su salud y su dignidad. La justicia requiere que los sistemas de salud de nuestra nación ofrezcan cuidado, que defienda la verdad de la dignidad y la verdadera identidad de cada niño”
La mayoría de naciones europeas ya ha prohibido los tratamientos afirmativos relacionados con la confusión de identidad sexual. No hay razón para que en nuestros países se continúe con dichas prácticas innobles y lamentables contra seres desvalidos e indefensos.
Carlos Enrique Correa Jaramillo
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