Tras los grandes momentos que marcan la historia, hay muchas otras historias borradas o en silencio, que merecen ser vistas y nombradas. Tras los grandes nombres de la historia, hay muchos otros nombres sobre los que cae el peso del anonimato. La historia no empieza con las gestas monumentales, ni con los actos fundacionales; empieza mucho antes, quizá en los lugares menos pensados con personajes que nunca veremos en las páginas oficiales. Lo que se queda tras los telones son las condiciones que hicieron posible el aparecimiento de una gesta, de un hito, de un fenómeno, de un acontecimiento de la historia.
Tras Matilde, seguramente estuvieron muchas otras mujeres que en la misma época acompañaron silenciosamente sus ideas, el vigor de su voluntad. Seguramente hay otras mujeres que ayudaron a forjar su carácter, sus convicciones, que le curaron las heridas del dolor de la afrenta y el escarnio, que limpiaron su mirada, que jamás la dejaron sola, que hicieron su voz definitiva y digna con la que le sigue hablando a nuestros días.
Es posible que sus ideas se hayan fraguado en conversaciones, en tertulias, en lecturas compartidas y con aire de clandestinidad. Es posible que haya leído a otras mujeres, que haya conocido esas historias, y que su gran gesta se haya alimentado de otras grandes empresas hechas en otras latitudes, o quizá también, de pequeñas conquistas, incluso domésticas, que fueron dando cuerpo a su tesón. Hay que traer la historia a nuestros días, para que nos haga pensar en el presente, y nos de luces de cómo ese tiempo que fue, nos hace ser lo que somos, nos entrega referencias del mundo en el que estamos, que no siempre va hacia adelante.
Pablo Vivanco Ordóñez
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