Los libros y las horas

En la Canción de Navidad de Charles Dickens el infame Ebenezer Scrooge, enemigo del género humano, muestra un rasgo querible cuando le cuenta al fantasma de las navidades pasadas que en su niñez tenía muchos amigos en los libros. Hecha esta confidencia, al punto, vuelve a ver a los personajes de las Mil y Una Noches o a Robinson Crusoe que acuden cálidamente a su encuentro. Tal es la magia inmensa que guarda la literatura.

Seguramente el amable lector, en su niñez, habrá surcado los mares de la mano del temible Long John Silver, o se habrá reído con las travesuras de Tom Sawyer. Tal vez temblaba de emoción cuando Sandokán guiaba sus juncos contra sus enemigos ingleses, o se extasiaba en paisajes exóticos junto al flemático Phileas Fogg.

Quien sabe si más tarde, con las preocupaciones que trae la edad adulta, encontró un oasis de paz en la gran literatura. Posiblemente disfrutó de buen humor y profundidad en las desventuras de Don Alonso Quijano y esperó, junto al coronel, esa carta que nunca llega o se divirtió, desde luego en el buen sentido de la palabra, con Pantaleón y sus alegres visitadoras. Creo además muy posible que distrajera las horas de espera en una terminal o en un consultorio con gratos enigmas policíacos.

No tengo duda que con nuestro Benjamín reconstruyó aquel inolvidable Cuento de la Patria, y con el gran Ángel F. Rojas siguió la procesión del Éxodo de Yangana. Con Don Pío revivió las peripecias de los fundadores de Loja y compartió con Alejandro Carrión el malicioso humor de La Llave Perdida. Quien haya vivido estas horas habrá aprovechado de la mejor manera su tiempo en la tierra; quien nunca se ha acercado a los libros es aún más afortunado porque tiene ante sí tesoros inmensos para disfrutar.

Carlos García Torres

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