Estamos viviendo una nueva crisis y es más aguda que la de los años 2008-2009, donde los principales afectados son los trabajadores y los pueblos, porque la riqueza que estos producen siempre es aprovechada por los dueños del capital.
La esencia para el aparecimiento cíclico de la crisis está en el carácter social de la producción y la forma privada, capitalista, de apropiación de los productos del trabajo de la clase obrera.
Es innegable que la producción capitalista, en su etapa monopólica, se desarrolla en forma acelerada, gracias al crecimiento de las fuerzas productivas y dentro de ello a la explotación inmisericorde de la mano de obra del trabajador. Sin embargo, los mercados no alcanzan un nivel que satisfaga las necesidades de una producción en infinito desarrollo.
El límite de los mercados está determinado, principalmente, por el nivel de capacidad de consumo de los trabajadores, que se deriva de su posición como consumidores finales y reales. Cuando esta discordia entre la producción capitalistas y los mercados, los impases provocados por cualquier motivo en los procesos de cambio necesarios para que la producción se realice a través del consumo superan un nivel en el que no pueden ser «resueltos» a través de las fluctuaciones de los mercados o cuando ya no se pueden diferir en el tiempo, estalla la crisis.
Debido a la incidencia de la pandemia del Covid 19, que actuó como factor externo, la crisis se ha presentado de manera simultánea en todos los países y en todos los ámbitos de la economía. Las pérdidas son millonarias, millones de plazas de trabajo se han perdido y los esfuerzos que hacen los gobiernos para evitar una caída más grave de la economía y recuperarse están llevando al mayor empobrecimiento de las masas trabajadoras.