La gran mayoría de personas hemos caído en situaciones que nos afectan y de las que no podemos salir por la complejidad del lío en el que nos metimos, una deuda, por ejemplo. De similar manera podemos entender a la trampa de la pobreza, como una situación que no le permite a un hogar o persona abandonar sus precarias condiciones de vida.
Con un enfoque más económico, se puede decir que los ingresos actuales influyen en cómo serán los ingresos en el futuro, por lo tanto, los recursos que hoy en día tiene una familia pobre determinan cuánto puede gastar en alimentos, en educación, en salud, en vivienda y todos esos gastos determinan cómo será su calidad de vida el día de mañana.
Existen hogares que no poseen los recursos para una buena alimentación, lo que genera problemas de desnutrición, como resultado se evidencian personas menos sanas y menos productivas. Hay hogares que se ven en la obligación de enviar a sus hijos a trabajar en lugar de que asistan a clases, provocando un menor nivel de educación para la familia, por lo tanto, a futuro sus oportunidades laborales serán más bajas y seguramente los empleos a los que accedan serán precarios.
Estos dos ejemplos sencillos permiten identificar de qué manera los hogares pueden caer en la trampa de la pobreza que lamentablemente se repite generación tras generación. Por ello, es necesario trabajar en políticas públicas para combatir la pobreza, que no se presenten solamente como medidas de subsistencia, sino como programas de desarrollo que ataquen directamente las bases del problema. En este sentido, la educación, la salud, el empleo y la vivienda son áreas prioritarias para combatir las trampas de pobreza presentes en nuestro país.