La comunicación entre un mandatario y sus mandantes no es un lujo, sino una necesidad fundamental para la estabilidad y el progreso de cualquier democracia, más aún en aquellas que están dando sus primeros pasos, como en Latinoamérica. En Ecuador, esta relación crucial parece estar fracturada, generando una sensación de abandono y desconfianza en amplios sectores de la ciudadanía. Este fenómeno no es nuevo, pero en los últimos años, se ha intensificado, revelando las consecuencias de una falta de diálogo efectivo y constante.
Los ejemplos más recientes en cuanto al manejo de las crisis sociales y económicas. A medida que el país enfrentaba protestas por el alza de precios, apagones, crisis de seguridad y otras medidas económicas, la percepción fue que el Gobierno optó por el silencio o, peor aún, por una comunicación reactiva y defensiva, en lugar de preventiva y conciliadora. Las redes sociales, una herramienta que podría servir para acercar a los líderes con el pueblo, han sido utilizadas principalmente como plataformas para mensajes unidireccionales, dejando de lado el diálogo genuino. Este vacío comunicacional no solo aumenta la brecha entre el Gobierno y los ciudadanos, sino que también alimenta un clima de especulación y desinformación. En un país con una historia reciente marcada por inestabilidad política, la falta de explicaciones claras y oportunas puede ser el catalizador de nuevas olas de descontento. Entendiendo que el fracaso del gobierno anterior, reconocido expresamente fue esta misma razón.
La comunicación no debe ser vista como un accesorio de la gestión, sino como su núcleo. Los líderes pueden implementar canales directos para escuchar a la ciudadanía. Además, deben apostar por una comunicación que no solo informe, sino que conecte, utilizando un lenguaje claro y empático que demuestre comprensión y compromiso. Los ciudadanos no solo eligen a sus gobernantes; también tienen el derecho de ser escuchados, y los líderes, el deber de escuchar.
Darío Xavier Alejandro Ruiz
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