Primo Levi, sobreviviente del Holocausto y escritor de profunda sabiduría, nos recuerda que la violencia no se limita a actos físicos. Se manifiesta también en nuestras omisiones, en nuestra indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Esta afirmación nos interpela directamente, invitándonos a reflexionar sobre nuestra responsabilidad individual en un mundo marcado por la desigualdad y la injusticia.
La responsabilidad social, tradicionalmente asociada a grandes corporaciones y gobiernos, nace en realidad de las acciones cotidianas de cada individuo. Cuando cerramos los ojos ante la pobreza, la discriminación o la degradación ambiental, contribuimos, aunque sea pasivamente, a perpetuar sistemas opresivos. La indiferencia, en este sentido, se convierte en una forma de violencia silenciosa, pero no por ello menos dañina.
Imaginemos el dolor de los padres de los cuatro niños de las Malvinas, buscando respuestas ante la tragedia que sufrieron sus hijos. Mientras la sociedad mira hacia otro lado, indiferente ante su sufrimiento, su dolor se convierte en un grito silencioso que refleja la violencia de nuestra indiferencia colectiva.
Es fundamental comprender que nuestras elecciones, por pequeñas que parezcan, tienen un impacto en el mundo que nos rodea. Al decidir qué productos consumimos, a qué políticos apoyamos o cómo utilizamos nuestros recursos, estamos votando y ejerciendo una influencia en la configuración de la sociedad.
La empatía, esa capacidad de ponernos en los zapatos del otro, es el primer gran paso hacia una responsabilidad social individual más profunda. Al comprender el dolor y las necesidades de quienes sufren, somos capaces de movilizarnos para transformar las injusticias que nos rodean. La empatía nos permite trascender nuestras diferencias y construir puentes de conexión con quienes nos rodean, fomentando así una sociedad más justa y solidaria.
En definitiva, la empatía es el motor que impulsa la acción individual y colectiva hacia un futuro más sostenible y equitativo. Es hora de despertar nuestra conciencia y asumir nuestro papel como agentes de cambio.
Mauricio Azanza O.
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