Desde cuando existe la vida sobre la faz de la tierra- dato de incierta afirmación- las diferentes especies de seres vivos se han unido en núcleos especiales que, tratándose de los seres humanos, llamamos familia. Desde el momento que nace un nuevo ser, aparece el instinto de protección hacia ese nuevo ser. Se evidencia, en las especies de vivientes, cómo la pareja, por instinto lo protege, alimenta y cuida hasta cuando pueda defender por sí mismo. En el caso de los seres humanos, aparte del instinto, vienen los sentimientos afectivos del padre y la madre que velan por el desarrollo del nuevo ser, hasta que logre su absoluta madurez. Esos los lazos sanguíneos y afectivos perduran por siempre.
Es indudable que el primer núcleo de la sociedad es la familia y, mientras más se fortalezcan los valores en el seno de las familias, más fuerte y progresista será la sociedad. Qué hermoso es observar cómo los padres, por las mañanas, llevan a sus tiernos hijos a los centros educativos, están con ellos en los momentos que la institución requiere de su presencia y cumplen a cabalidad con sus responsabilidades. Luego, cómo siguen el proceso académico de sus vástagos hasta verlos coronar con una carrera profesional y la formación de sus propios hogares. Sin embargo, la otra cara de la medalla es cuando, por motivos tan diferentes, un hogar que fue funcional, se transforma en disfuncional y vemos como los padres, respondiendo a variadas motivaciones y desafectos, rompen la armonía del hogar: vienen los problemas con agresiones verbales y físicas, teniendo como testigos a quienes más aman: sus hijos. Luego, cuando las diferencias se tornan irreconciliables, se recurre a la normativa legal que rompe a la pareja con el divorcio y destruye por completo la célula familiar, con consecuencias inmediatas en la parte afectiva y emocional de los hijos que, muchas veces, desorientados, siguen por caminos equivocados, con consecuencias fatales.
Estos días celebramos a la madre, al padre, al niño…en definitiva, a la familia. Que Dios bendiga a los hogares lojanos y ecuatorianos para que, con supremos valores, forjemos la sociedad que todos anhelamos.
Darío Granda Astudillo
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