El poder y la locura

La historia del poder político en el Ecuador tiene una curiosa cercanía con la locura. Casi dos siglos de aventuras con personajes diversos que tarde o temprano han mostrado rasgos demenciales. Muchos de ellos han dejado su huella gracias a una locura benéfica, obsesionada con el bien del pueblo, con el progreso, con la mejora de las condiciones de vida. Vicente Rocafuerte, García Moreno, el mismo Alfaro, figuras tanto lúcidas como alucinadas que seguían un ideal, que pensaban en el poder como un medio y no como un fin. Otros sucumbieron al delirio omnímodo que se apodera de los moradores de Carondelet. Fueron víctimas de esa sed que no se sacia y que empuja a la búsqueda permanente de posiciones de mando. Lo cierto es que tanto el exceso de poder como el exceso de riqueza llevan con frecuencia a comportamientos irracionales.

Hay una especie particular de esquizofrenia política que encuentra enemigos en todas las posiciones contrarias a las propias ideas y a este mal se une la paranoia de creer que detrás de cada acontecimiento de la sociedad existe una conspiración del mal, de un mal indefinido y omnipresente que anida en todos los sectores políticos que no son el propio. Esto da lugar a otra forma de locura colectiva que consiste en creerse una persona buena por apoyar a un candidato y concluir que los que apoyan a otros candidatos son personas inherentemente malas.

La locura se expresa en acciones absurdas y ya nada importan el orden constituido ni la república ni las instituciones. La generalización se impone y todos los sectores críticos se consideran parte de la delincuencia y de las mafias. Y así, una lucha que debería unir al país pasa a ser solo otra forma de división. Los delirios deben terminar es urgente volver a la realidad y al orden democrático.

Carlos García Torres

cegarcia65@gmail.com

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *