El personaje más ilustrado de la Colonia

Corría el año 1747, el dominio español era implacable en los territorios que, con el nombre de colonias, tenía la Corona Real en América. Nuestra colonia se denominaba Real Audiencia de Quito. La vida en ese entonces, sobre todo para los indígenas y mestizos, era muy difícil; los españoles disfrutaban de algunos beneficios.

El 21 de febrero de ese año, en un hogar quiteño bastante humilde, nació un niño predestinado a la inmortalidad. Sus padres: Luis Chuzic y Catalina Aldás Larraincar (para algunos, mulata; para otros, española) le permitió ser bautizado con los nombres de   Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, y darle la posibilidad de estudiar en el colegio más prestigioso de ese entonces, propio de la aristocracia quiteña, el “San Luis”.

Continuó sus estudios de academia y, a los 20 años, se graduó de médico (primer médico de la Colonia); poco después obtuvo su doctorado en Jurisprudencia y en Derecho Canónigo (solía hacerle los sermones a su hermano sacerdote, Juan Pablo).

Como escritor nos dejó trabajos de orden científico como “Tratado acerca de las viruelas”, una obra que apuntaba a descubrir el origen de la enfermedad que diezmaba a la niñez de ese entonces; y otras de orden polémico como “La ciencia blancardina”, “El Nuevo Luciano de Quito”, Marco Porcio Catón” “Cartas riobambenses”, “El retrato de Golilla” etc., que le generaron una serie de inconvenientes con los peninsulares.

El 5 de enero de 1792 apareció el primero de siete números de “Primicias de la Cultura de Quito”, el primer periódico del Ecuador. Sembró, a través de mensajes dejados en sitios públicos, ideas libertarias. Fue calificado como «rencilloso, travieso, inquieto y subversivo», y encerrado en enero de 1795, falleciendo el 28 de diciembre de ese año.

Sin dudas, Eugenio Espejo, es el hombre de mayor cultura en la Colonia; y, ahora, lo recordamos  con veneración los médicos, abogados, periodistas, patriotas y el pueblo en general.

Darío Granda Astudillo

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