‘Del buen vivir a lo invivible’

Mis sobrinos crecen en un Ecuador triste, apagado y sin horizonte. Una sociedad que se aboba con ‘TikToks’ de políticos mediocres y que automáticamente me despierta la noción de privilegio por haber vivido lo que viví. Habité un país que tenía un Estado al servicio de la gente y un gobierno que comprendió lo que necesitaba el pueblo.

Viví la Constitución de Montecristi (2008), donde se reconoció al Estado como plurinacional y se garantizó el Buen Vivir. Vi con mis propios ojos a familiares y amigos que viajaron a estudiar en las mejores universidades del mundo; algo que antes solo hacían las élites, con la gran diferencia de que ellos volvían para continuar con el saqueo propio del colonialismo interno que padecemos.

Tuve la suerte de vivir una política económica y energética que permitió una vida más digna para la mayoría. Se creó Yachay, una universidad que, después de siete años de profunda destrucción, ha dado mejores resultados que cualquier otra del país: 90 % de ocupación, 58 % de sus estudiantes cursan posgrados en el extranjero, y se han fundado empresas como Gealwear y Water-Y. Todo esto como universidad pública, lo que evidentemente incomodó a hijos del poder, quienes, a pesar de haberlo tenido todo para construir, se dedicaron a lo contrario. Hoy enfrentamos cortes de luz de hasta 14 horas; en 2017 vendíamos energía a nuestros vecinos. En 2016 la tasa de homicidios era de 5,8 por cada 100 mil habitantes; hoy se registran 45.

Quizás lo más hermoso fue la capacidad de soñar y vivir sueños. Miles de ecuatorianos regresaron al país, evitando el quiebre familiar hoy inevitable debido a la migración forzada. Pero, sobre todo, dos millones de personas salieron de la pobreza y se reinstauró la dignidad como un sentido común. Pienso en mis sobrinos y no queda más que luchar por alcanzar otra vez un Buen Vivir.

Jorge Zaruma Flores

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